Esta pregunta la hizo un hijo a su mamá porque por primera vez en muchos años, pasarán la Navidad en lugares diferentes. Parece ser que, aunque los hijos hayan crecido y mamá sea adulta, sienten un pesar y responsabilidad al compartir con papá las fiestas de fin de año. Quieren asegurarse de que mamá estará sana, salva y bien, aunque ellos estén lejos.

La conversación seguía algo así: “Mami… ¿y tú ya sabes qué vas a hacer? ¿Tienes planes? Es la primera vez que nos vamos a separar para Navidad, ¿verdad?” Y, aunque mamá insistía en que ella estaría bien, el hijo regresaba con el mismo discurso.

Por supuesto, como madre se hace un nudo en la garganta y quisiéramos: “¡No te vayas! ¿Para quién decoraré la casa y el árbol sino es para ti y tus hermanos? ¿Para quién voy a cocinar el pavo, el puré y el pastel? Y el 25, ¿con quién voy a desayunar los tamales?”

O peor aún, se pueden sacar facturas cobrando con resentimiento todos los años que estuvieron a su lado; diciendo algo así como: “¿Te vas a ir después que yo pasé contigo todas las Navidades?”, logrando con ello generar más dolor, culpa e infelicidad en esta época que es familiar, que es de reencuentros, de reforzar los valores, la unión, la fe y todo lo que los hijos llevarán en su costal de recuerdos cuando se vayan de casa.

También se puede optar por no dramatizar, por normalizar la realidad y hacernos responsables de ahogar la ausencia para compartir generosamente la presencia de nuestros hijos en otro hogar al que también pertenecen, el hogar de papá. Así permitimos que hagan recuerdos gratos y carguen energía para una nueva época que la vida traerá para ser felices, crecer seguros y seguir unidos. Todo esto se logra únicamente si, con nuestra actitud, así lo decidimos.

Queridas mamás y papás, sé que quisiéramos tener a nuestros hijos en ambas fiestas, Navidad y Año Nuevo. También sé que tenemos que poner los pies en la tierra por duro que sea y aceptar que, como parte de la consecuencia de nuestro divorcio o separación, estas situaciones son inevitables. Por eso, es bueno preparar nuestro corazón con mucha generosidad y ceder espacio a nuestros hijos para brindarles la oportunidad de compartir con su padre con libertad, sin reproches y hasta con alegría, pues gracias a Dios tienen un padre que los quiere y desea tenerlos para disfrutar de ellos.

 Nosotros, como adultos, somos quienes hacemos alegres o tristes las fiestas para nuestros hijos con nuestra actitud y comentarios. Claro, si nuestros hijos escuchan de la madre o el padre (según el caso): “¡Esta Navidad será la más triste de mi vida porque ustedes no estarán conmigo!”, los hijos se sentirán devastados, culpables, nerviosos, ansiosos y no se les estará concediendo el derecho de estar emocionalmente estables. Si, en cambio, les decimos: “Sabes, te voy a extrañar, pero sé que es importante para ti y tus hermanos compartir con tu papá esta Navidad. No te preocupes, yo estaré bien, soy grande y me sé cuidar. Es más, tengo planes ya de pasar mis hermanos y amigos, y aquí estaré esperándolos con brazos abiertos. Tienen derecho a disfrutar. ¡Pásenla bien y felices!” Sería otra historia, ¿no creen?

Es normal que los hijos extrañen el tiempo en que papá y mamá estaban juntos, la cena, la puesta del árbol, salir de compras juntos, cocinar y celebrar como antes. Ahora, lo que se tiene son dos hogares, uno con papá y otro con mamá, en los cuales deberán compartir cada quince días un fin de semana, semanas de vacaciones de medio año, Semana Santa y otros feriados. Esto es lo que hay ahora y debemos “facilitar” la vida de nuestros hijos a través de la convivencia con ambos padres y las familias de éstos. (continuará)

Cada familia tiene costumbres y rituales diferentes en las celebraciones de Navidad y Año Nuevo, por lo que se recomienda respetar las costumbres de cada lado de la familia, evitando a toda costa “hablar mal” y/o “que la familia extensa hable mal del progenitor ausente frente al niño”, ya que con esto se “lastima severamente la emocionalidad del pequeño”. Difícilmente un niño borra de su memoria emocional aquellos recuerdos audibles de tíos, tías o abuelos que hablen mal del progenitor ausente. Ya bastante tienen los hijos víctimas del divorcio como para que terceros en línea los lastimen. Seamos sabios: sino ayudamos, no entorpezcamos.

Los regalos no deben ser sustitutos del padre o madre. Muchas veces se sobreprotege al niño comprándole de todo, creyendo que con eso aminoraremos la ausencia del progenitor; nada más lejos de la verdad. Un padre o una madre nunca pueden ser sustituidos por cosas materiales. Tengamos presente que el tiempo es el mejor regalo que podemos ofrecer a nuestros hijos, un tiempo de calidad que nos permita expresarnos cariño, conocernos y ponernos mutuamente atención; haciendo actividades que nos integren como familia desde cocinar galletitas, decorar el árbol, cantar villancicos, jugar juegos de mesa y muchísimos más de acuerdo con la edad y estilo familiar.

Cuando el proceso de separación o divorcio es respetuoso con el hijo, es decir, bajo el concepto de que ser padres es lo más importante y ambos velan por la seguridad, ambiente saludable y afecto durante las fiestas navideñas, es probable que los niños acepten con más naturalidad que sus padres ya no comparten juntos las fiestas como antes, por lo que la situación actual se normaliza. Además, reconocen dentro de sí mismos que, aunque sus padres estén separados, cuentan con ellos incondicionalmente, que ambos los quieren, los cuidan y están allí cuando los necesitan.

También es de vital importancia no separar al grupo de hermanos. Los hermanos deben permanecer juntos porque juntos se sienten fuertes, se acompañan, se comprenden, suelen ser empáticos unos con los otros, pues están pasando por la misma situación.

Por último, se recomienda que sean los padres los encargados de dosificar con quién pasaran los hijos cada una de las fiestas. Son ellos (por ser los adultos) quienes deben decidir y comunicar con tranquilidad y seguridad a los hijos los planes de fin de año. Cuando los planes se comuniquen, los dos padres deben mostrarse contentos y seguros de la decisión para no hacer sentir al niño incómodo o responsable de la tristeza del padre que se quedará solo para alguna de las fiestas. Más bien, pongan buena cara y entusiásmelo a que pase unas felices fiestas.

Recuerden que pueden llamar a sus hijos para preguntarles cómo se encuentran con tranquilidad y alegría. El padre que tiene a los hijos debe permitir ese espacio de llamadas y de acercamiento: así el niño tendrá la atención de ambos. Todo esto no es por papá o mamá, sino por y para los hijos. Ellos son lo más importante que ambos tienen en la vida como pareja parental, así que realicen un trabajo con especial cuidado y con excelencia. Se trata de la salud mental de sus hijos.

Sé que estas ideas pueden ayudarles como una guía práctica con el objetivo de prevenir un divorcio destructivo. Las ideas aquí plasmadas han sido llevadas a cabo por padres de familia y son una muestra palpable de que ¡sí se puede!

Cierro este artículo con esta frase que ha hecho que mi corazón se extienda para todos lados, pero especialmente, para cobijar las emociones más profundas de los hijos de padres separados o divorciados, que en muchas ocasiones callan y lloran en silencio: “Solo se requiere una pequeña chispa de bondad para volver a encender la luz de la esperanza en el corazón de los que más amamos: ¡nuestros hijos!”

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